Cuando tu disfraz es racista

Llegan las fiestas de Carnavales y nuestras calles y escuelas se llenan de disfraces y de tradiciones, expresiones culturales que en algunos casos tienen siglos de historia, como la celebración de Caldereros, con la exaltación y el exotismo de lo zíngaro/romaní población gitana, de siglos pasados; o en otros se acaban de incorporar, y todas forman parte de nuestro imaginario colectivo sin que nos demos espacio y tiempo de pensar qué simbolizan, cómo nos representan y qué estereotipos reproducen. Tuvimos la ocasión de compartir estas reflexiones en varias charlas en las que hablábamos del origen de la Fiesta de Caldereros y lo que representaba. Hoy queremos compartir de nuevo parte de esas reflexiones.

Sabemos que las culturas no son estáticas si no que mutan y se entremezclan, pero somos conscientes de que esta mezcla no se da en condiciones de igualdad, si no que viene marcada por las relaciones de poder existentes en cada época y cada territorio. Las expresiones culturales, es decir, las múltiples representaciones de las diversas culturas no han sido ajenas a todo esto, por lo que es lógico entender que están profundamente impregnadas por la supremacía blanca y occidental y las múltiples desigualdades y discriminaciones estructurales que hemos ido viviendo a lo largo de los años, es cierto que evolucionan con nosotras y nosotros, pero a ritmos que a veces resultan desfasados. Esto se traduce en una brecha entre la parte privilegiada de la sociedad, es decir, aquella a la que no se hace alusión, aquella que se libra de la caricatura o la burla y la parte que sigue manteniendo una posición minorizada y discriminada dentro de la sociedad, la que sigue en lucha por la defensa del reconocimiento de sus derechos, mientras sigue siendo considerada “elemento cultural” (cosificado) o excluido de parte de las expresiones culturales consideradas autóctonas. Todo esto es razón suficiente para replantearse qué parte de todo este sistema queremos seguir transmitiéndonos, qué valores nos representan y quiénes forman parte activa de la representación.

Cada vez más la sociedad, el activismo y las organizaciones antirracistas, entendemos el racismo como algo estructural por eso, para desmontarlo resulta esencial cuestionar y destruir los factores sistémicos que mantienen la desigualdad. No podemos aspirar a una convivencia en igualdad de condiciones y desde la tolerancia cuando no existe una igualdad de derechos efectiva y cuando no hemos tenido en cuenta las diferencias de clase, género y racialización.

Existen muchos movimientos que nos cuentan cómo quieren ser contados, cómo quieren ser leídos y nos dan unas cuantas claves que cuestionan muchas expresiones o producciones culturales actuales. Desde el movimiento “Somos una cultura, no un disfraz”, nos lanzan preguntas como:

Pregúntate por qué estás eligiendo disfrazarte de otra cultura, etnia o raza. ¿Qué mensaje estás enviando? ¿Cuál es tu intención al vestir ese disfraz? ¿Pasar un buen rato? ¿Ser divertida? Y si es así, ¿a costa de qué? ¿Perteneces a ese grupo de gente? Si tu respuesta es no, recuerda que no puedes simplemente tomar prestada la cultura o raza de alguien durante un día. No funciona así.

Quizás tú no tienes que vivir con los estereotipos y estigmas asociados con ese “disfraz”. Porque tú te lo puedes quitar. Pero para mucha gente, no es sólo un disfraz. Son sus vidas cotidianas. Al disfrazarte de culturas que no son tuyas, estás sometiendo a esa misma gente a las amenazas asociadas con esos estereotipos y menospreciando sus experiencias.

En este sentido el “Black Face” es una de las prácticas más extendidas, consiste en que personas blancas se pinten o se vistan de negro, en ocasiones con labios rojos y grandes, esta caracterización tiene su origen en hechos históricos como la esclavitud, llegando a popularizarse en actuaciones teatrales y musicales de Estados Unidos en 1830, de hecho se inició un poco después de que se lograra abolir la esclavitud y se prolongó hasta su prohibición en los años sesenta gracias a la presión del movimiento por los derechos civiles.

En un Informe del Grupo de trabajo de expertos sobre personas afrodescendientes de la ONU del pasado agosto de 2019, se señalaba que este tipo de “caracterizaciones negativas” de las personas afrodescendientes “siguen perjudicándoles y violando sus derechos humanos” “No puede haber justificación para el blackface. Su uso está impregnado de siglos de racismo. El rostro negro se utilizó, y se sigue utilizando, para denigrar a los afrodescendientes“, además denuncian que esta práctica permite a la sociedad tener una visión de las personas negras como “no plenamente humanas (…) y es parte de una cultura tóxica de racismo que impregna el paisaje global

Es intolerable querer “disfrazarse” para representar a alguien, sus rasgos fenotípicos y cultura. Ser una persona racializada no es un disfraz, aunque “parezca inocente”, o incluso se haga con buena intención o desde el homenaje o la denuncia, lo que podemos conseguir si permitimos que esto pase, es que las personas, en especial las más jóvenes, normalicen la ridiculización de las personas negras, afrodescendientes, gitanas, indígenas, asiáticas o personas pertenecientes a una etnia o colectivo minorizado.

Por todo ello, invitamos a la sociedad a revisarse, a reflexionar, a incorporar la mirada antirracista, a participar en espacios de defensa de derechos donde los diversos orígenes culturales y étnicos sean leídos desde una perspectiva real y crítica que dignifique a sus protagonistas, tal y como dijo Ángela Davis En una sociedad racista no basta con no ser racista. Hay que ser antirracista

Gaz Kaló (Federación de Asociaciones Gitanas de Navarra)

SOS Racismo Nafarroa

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